miércoles, octubre 26, 2005


38. Análisis de la canción “No te enamores nunca de aquel marinero Bengalí”, por Carolina dos.
Los meses posteriores al abandono de Mario y las semanas posteriores a su desaparición (anunciada pero repentina a la vez) me obsesiono por buscarle un significado a la canción “No te enamores nunca de aquel marinero Bengalí” de Los Abuelos de la Nada.
Para empezar el nombre es sugestivo. “No te enamores nunca de aquel marinero Bengalí” es una canción alegre que habla del abandono. Miguel Abuelo, autor de la canción y líder máximo de la banda, canta: ¿dónde estás mi Marilu?, ¿en África o en Benelux?. Un abandono extraño, tomando en cuenta de que Marilu huye con un marinero Bengalí y Miguel Abuelo canta: Satán pinchó su cola.
Todo esto hace que me acuerde de Mario. Algunas veces, cuando me canso de estar metida en casa y no tengo ganas ni de estudiar ni de ir a la universidad, me quedo y aprovecho los momentos en que está libre la sala y meto el DVD pirata de Los Abuelos de la Nada y escucho la canción varias veces. Luego salgo a caminar y hago tiempo contemplando la vereda rota como si estuviera reseca, y me pregunto dónde estará Mario y con quién.
En la versión en vivo, Miguel Abuelo comienza la canción gritando: ¡Marilúúúú!. Es la misma versión en vivo del concierto donde un físico culturista negro sube al escenario con los músculos cubiertos de aceite. Tal vez, el objetivo real de Miguel Abuelo con Los Abuelos de la Nada fue formar en Argentina una banda glam.
Entonces, algunas tardes de diciembre en las que me acuerdo de Mario no puedo evitar pensar en esta canción, y las luces fosforescentes en mi cerebro son producto de los recuerdos que aparecen cuando pienso en la época que pasé con Mario. Dentro de todo, no puedo dejar de sentirme agradecida por hacerme entrar en su mundo y por obligarme a salir de él. Al abandonarme, Mario marcó en mí la misma herida de la que Miguel Abuelo habla en la canción. Y esta misma herida sin cicatrizar es la que hace que me acuerde de que no me debo enamorar nunca.
Por eso el mes de diciembre se hace tan largo, y por eso no estudio ni voy a la universidad, y por eso los exámenes finales llegan en vísperas de nochebuena y cuando se ha acabado el ciclo y se ha acabado la cena, miro a mi alrededor y me pregunto dónde estará Mario y con quién. Y es inevitable hacerlo pero le presto atención al árbol de navidad (de plástico, relegado a una esquina) y le presto atención a las caras de mis padres y a mi familia, y cuando dan las doce no puedo evitar ponerme de pié y escapar.
Y cuando estoy afuera, en la calle, oliendo el olor a pólvora tan característico de la navidad peruana, me pongo a pensar todavía un poco más en lo que pasó y recuerdo cada detalle con claridad. Y pienso en que es imposible dejar de torturarme con aquella historia (aunque yo haya tenido un papel tan secundario) y no puedo dejar de pensar en Carolina Franco, en su pelo ondulado, sus lentes, su cuerpo delgado y su sonrisa.
Tal vez a ella le tocó la mejor parte, aunque eso es algo que nunca lograré saber, y me limito a contemplarla cuando la veo caminar por la facultad, y pienso aliviada en que tal vez ella pasó por la misma enfermedad que yo.
Por eso me dedico tantas horas del día a darle vueltas al asunto en mi cabeza, y por eso nunca olvidaré el día en que Mario vino a mí con sus anteojos a la altura de la nariz y el pelo desordenado, hablando como un loco y diciendo que su prima estaba mal, porque ella había ligado con otro y eso era algo que él no podía soportar. Nada más volvió donde mí para hablarme de ella, y yo lo tuve que soportar los días siguientes merodeando la universidad sin entrar a clases y sin ir a ningún lado.
La última vez que lo vi, me dijo:
- ¿Sabes que tienes la sonrisa de Helen Hunt?
Parecía drogado. No se bañaba en días y tenía los ojos bien abiertos, una sonrisa retorcida y una botella de agua mineral en la mano.
- No, no lo sabía.
- Pues es muy cierto -dijo él, dándole un sorbo a su botella de agua mineral.
Sin duda, esa mañana él se había metido algo más que marihuana y agua mineral.
- ¿Vas a entrar a clases? -le pregunté, después de un rato.
Él negó con la cabeza, dijo:
- No, yo voy a irme para siempre de aquí.
Yo me reí.
- ¿Y a dónde te vas? -le pregunté.
- Me voy a Cuzco.
Mario sonrió.
- A Cuzco...
- Sí -dijo, perdiendo su mirada entre un montón de rostros y bocas.
- Pues, que te vaya muy bien -le dije.
Esta noche escucho los cohetes silbar cerca a mi casa, en Breña, donde algunas cuantas sombras escondidas en el pavimento me acompañan durante esta terrible navidad. Y hay algunas voces que me aturden mientras camino y hay algunas miradas que me asustan, mientras en alguna otra calle desolada me espera algún recuerdo ingrato y alguna que otra cagada de perro. Hoy es navidad y me pregunto dónde estará y con quién.